Lunes 29 de Enero, 2024
“Destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo”
2 Corintios 10:5 (NBLA)
Mantener nuestra mente bajo control es lo que más nos cuesta trabajo a los seres humanos. Y los cristianos, en general, nos hemos ocupado mucho más de nuestra parte espiritual que de nuestra mente, porque creemos que Dios es quien se debe encargar de todo eso. Pero si no le permitimos a Él entrar en esa área, siempre estaremos luchando más de la cuenta.
Cuando entregamos nuestra vida al Señor, pensamos que la obra ya está terminada. Sin embargo, después nos damos cuenta de que seguimos luchando con las mismas cosas, los mismos problemas: baja autoestima, orgullo, rencor. Pensamos que ya no tenemos arreglo, que Dios no pudo con nosotros. La realidad es que debemos trabajar a diario con nuestro “yo”. Como dice 2 Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo, es una nueva persona; la vida antigua ha pasado y una nueva vida ha comenzado”. Dios todo lo renueva, pero somos nosotros, en muchos casos, los que no lo dejamos obrar. Actuamos y filtramos todo mediante nuestra programación mental. Reaccionamos, nos manejamos en el día a día y vemos todo a través de nuestros “lentes”, que en ocasiones nos hacen ver muy borroso lo que realmente necesitamos ver.
Nuestro cerebro es un órgano maravilloso.
Una de las principales partes, responsables de responder al entorno, son la amígdala y la corteza prefrontal. La amígdala, situada en lo más profundo del cerebro, está relacionada con el procesamiento emocional. La corteza prefrontal es el centro de control de nuestro cerebro, donde se toman las decisiones, se planifica y se resuelven problemas. Por eso, cuando el estrés domina nuestras acciones, es decir, cuando las emociones son las que toman decisiones, somos incapaces de pensar racionalmente, y la amígdala toma el control. En situaciones en las que sentimos que las emociones, como el enojo, están tomando el control, debemos hacer una pausa, respirar profundo, examinar nuestros sentimientos y pensamientos, y así permitir que la corteza prefrontal se active.
La ciencia ha estudiado este comportamiento y ha demostrado que nuestros cerebros pueden cambiar mediante la neuro-plasticidad. Tenemos la capacidad de moldear y alterar nuestro pensamiento. Aunque tengamos una determinada programación, es posible cambiar las creencias. La buena noticia es que cuando vamos a su presencia y nos rendimos a Él, todo lo que estorba, comenzará a salir a la superficie, y así podremos entregarlo en el altar y un renuevo comenzará a ocurrir en nuestro interior.
Nuestros pensamientos, en general, están llenos de creencias que hemos traído desde nuestra infancia. Creencias inocentes, como que “comer sandía después de almorzar puede hacer explotar la panza”; o que “no podemos nadar después de comer, porque nos podemos ahogar”. Son ejemplos de creencias con las cuales crecimos, sin ningún sustento científico. Frases como “los pobres siempre sufren” o “la situación del país nunca va a mejorar” moldean cómo vemos el mundo a través de esos “lentes”, de esas creencias, y así guían nuestras acciones. Por ejemplo, frente a la creencia “los pobres sufren”, podemos tomar dos actitudes muy diferentes: o trabajar incansablemente para evitar ser pobres, o resignarnos, pensando que estamos destinados a sufrir pobreza.
Estas creencias son mentiras que nos han acompañado la mayor parte de nuestras vidas, y las hemos creído como verdad. Pero no son verdad. Una forma de detectar estas creencias es identificar un problema que actualmente estemos atravesando. Por ejemplo, problemas con mis finanzas, y luego hacer preguntas como ¿cuándo comencé a sentirme así? ¿por qué me siento así? sin culpar ni al jefe, ni al trabajo, ni al gobierno. Luego, esa creencia la reemplazamos por la verdad de Dios. Siguiendo el mismo ejemplo, este problema se originó en el temor de pasar necesidad, y trabajamos sin parar hasta agotarnos, o tal vez, hemos pasado tanta necesidad en nuestra infancia, que ahora no somos buenos administradores. Una vez detectada esa mentira, podemos reemplazarla por la verdad de que “Dios suplirá todas tus necesidades”. Por esta razón, hay gente que va a nuestras iglesias, pero aún no pueden cambiar la manera en que miran su vida, porque esas creencias están bien arraigadas en ellas. Cuando permitimos que Dios nos escudriñe y dejamos que sea el Señor de nuestras vidas, Él comienza a mostrarnos esas creencias que nos limitan y que son un impedimento para relacionarnos adecuadamente con Él.
Otro ejemplo: tal vez somos workaholics (adictos al trabajo) y nos justificamos diciendo que tenemos una cultura de trabajo, pero descuidamos a nuestra familia, vivimos estresados y nos sentimos agotados o, en el peor de los casos, enfermos. Al investigar, nos damos cuenta de que hay una creencia, una mentira que nos controla. Pensamos que nuestro valor está en lo que hacemos, y por eso no paramos nunca, porque necesitamos sentirnos valorados. La verdad sería: “Nuestro valor no está en lo que hacemos, sino en Dios, quien nos hizo; nuestra identidad está en Cristo”. Luego, con esa verdad, podemos ir a Jesús y entregar todos nuestros problemas y preocupaciones, y Él se encargará.
Esa es la manera de comenzar a sanar.
Cuando se desaten las tormentas en nuestras vidas y parezca que perdemos el rumbo, no nos desalentemos, la brújula interior sigue ahí (como hablé en algunos devocionales atrás). Nadie ha caminado siempre en línea recta, constantemente surgen problemas y situaciones inesperadas. Sigamos avanzando con convicción, sabiendo que Dios guía nuestros pasos. Durante nuestro caminar, a veces tendremos que correr, otras veces ir más lento, y otras resguardarnos hasta que pase la tormenta. Pero no tendremos temor alguno, porque sabemos que Él está con nosotros.
Oración
Señor, me rindo a ti, abro mi corazón para que lo escudriñes. Trae a la superficie todas esas creencias que llevo arraigadas hace tantos años. Todo aquello que veo como normal y que dirige mi vida sin siquiera darme cuenta. Quiero que seas Tú quien guíe mi vida; te entrego mi corazón, mis pensamientos y mis emociones Señor, en este día. Amén.