Lunes 27 de noviembre, 2023
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis ansiedades. Fíjate si voy por un camino que te ofende y guíame por el camino eterno”.
Salmo 139:23-24 (NVI)
Muchos de nosotros hemos pasado por dificultades que parecían no tener fin. Sentíamos como si nuestras reservas emocionales y espirituales se estuvieran agotando. Lo difícil no es enfrentar las turbulencias; lo que nos deja sin fuerzas es cuando estas se prolongan en el tiempo. Cuando llegamos a este punto, comenzamos a sentirnos debilitados y tratamos de controlar nuestro dolor, incluso a Dios.
El problema es que queremos jugar a ser Dios, intentando cambiar las cosas, manejar el problema, tomar decisiones y orar para que las cosas sean como nosotros pensamos que deben ser, o para obtener el desenlace que creemos correcto. Pero luego nos damos cuenta de que no tenemos el control de nada y que solo hemos generado en nuestro interior más dolor y frustración. Por otro lado, a veces pensamos que esta prueba define nuestra identidad y escuchamos frases como: “soy separado”, “divorciado”, “me abandonaron”, “no me quieren”, “estoy solo…”. La cura a nuestros problemas es admitir que no podemos sin la ayuda de Dios, que no somos capaces de cambiar nuestro pasado o lo que nos ocurrió y que tenemos que dejar que Dios obre en nuestras circunstancias.
Aunque no podemos controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, sí tenemos control sobre cómo reaccionamos. Y reaccionamos con el depósito que hay dentro de nosotros, con las experiencias que hemos vivido. Muchas veces perdemos tiempo echando la culpa a las circunstancias externas, y no nos quedan energías para mirar hacia adentro, gestionar nuestros pensamientos y entregárselos al Señor. Proyectamos en los demás nuestras fallas, lanzamos acusaciones a un lado y al otro. Pero cuando dejamos de esconder nuestras fallas, es ahí cuando el poder sanador de Cristo comienza a actuar y transformar nuestra mente, nuestra voluntad, nuestras emociones.
Nuestra única preocupación es admitir que estamos heridos, que tenemos un hábito que no podemos controlar, y que necesitamos un corazón humilde para reconocer que necesitamos su ayuda. Tenemos que aprender a poner ese problema a sus pies en oración y descansar sabiendo que Él es soberano y tiene pensamientos de bien para nosotros, aún cuando nos hayamos equivocado en grande y no sepamos cómo resolver las cosas.
Lo único que nos toca es:
- Reconocer
- Entregar
- Confiar
- Descansar
Eso es todo lo que tenemos que hacer.
Si sientes que los pensamientos nublan tu mente y no sabes por dónde empezar, toma un cuaderno y comienza a escribir tus pensamientos, el dolor que sientes, lo que necesitas cambiar. Cuando pasamos lo que pensamos al papel, es como si todo se volviera más claro, más específico. Tal vez llevar un diario te puede ayudar a ver todo en perspectiva. Puedes hacerlo hasta que todos esos pensamientos contrarios comiencen a disiparse.
Luego presenta en oración tus peticiones, ya no sonarán a queja, sino más bien a una entrega. Para comenzar, contesta estas preguntas, tal vez te ayuden como base para ver qué hay en tu interior:
- ¿Qué necesito cambiar en mi vida?
- ¿Qué herida tengo que sanar? (Aquí no te enfoques en lo que sucedió o te hicieron, enfócate en lo que estás sintiendo)
- ¿Qué complejo o hábito he estado ignorando?
Tu verdadero problema no es lo que te pasó, lo que te hicieron o la tragedia que viviste; el verdadero problema es cómo ves lo que te sucede. Por eso es tan importante hacer un inventario diario. El devocional es el momento justo para estar a solas sin interrupciones. Y como dice nuestro versículo clave, pero en la versión TLA: “Dios mío, mira en el fondo de mi corazón, y pon a prueba mis pensamientos. Dime si mi conducta no te agrada, y enséñame a vivir como quieres que yo viva” (Salmo 139:23-24).
El proceso de sanación nunca es fácil, a veces puede durar días, meses, incluso años. A veces, incluso, resulta ser tan doloroso que nos es más fácil culpar o responsabilizar a otros. Mirar hacia adentro, a nuestro interior, puede ser muy duro, pero es ahí donde se libran las batallas. Y no las tenemos que pelear solos, sino permitir al Rey de Reyes que pelee por nosotros. Lo único que nos toca es ser humildes y darle el control a Él.
Y recuerda, esas heridas no te definen, tu identidad está en Cristo. Eres un cristiano en proceso de sanación. Eres un cristiano con problemas de codependencia. Eres un cristiano con complejos o malos hábitos. Eres un cristiano aprendiendo a depender de Dios.
Oración:
Señor, dame el valor de admitir que no tengo la capacidad de controlar todo a mi alrededor. Te pido que tomes el control de mi vida y me ayudes a dejar de intentar que las cosas sean a mi modo. Humildemente declaro que, aunque no me guste la resolución del problema, sé que tienes lo mejor preparado para mí. Toma todos los pedazos rotos de mi vida y comienza el proceso de sanación. Amén.