Lunes 30 de octubre, 2023
“Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez sino de poder, amor y autodisciplina”.
2 Timoteo 1:7 NTV
Todos los seres humanos somos temerosos por naturaleza, unos más que otros, dependiendo de nuestra personalidad, nuestras experiencias y la forma de reaccionar, entre otras cosas. Eso es normal. De hecho, la sensación de temor nos permite estar alertas ante los peligros y eso, a lo largo de nuestra vida, nos ayuda a sobrevivir. Tiene que ver con nuestra capacidad de supervivencia. Sin embargo, es muy distinto cuando el temor pasa a controlar nuestros actos y nos paraliza. Hay personas que, luego de una situación traumática, comienzan a sentir un miedo aterrador, verdadero pánico ante cualquier situación, real o ficticia. Les aterra la idea de salir de casa o, incluso, sienten pavor dentro de sus propios hogares.
Hay dos tipos de miedo: el miedo biológico, que es parte del ser humano ya que funciona como un detonante que se activa en nuestro interior para que nos preparemos para luchar o huir, y también está el miedo psicológico, que, si no lo tratamos, puede transformarse en patológico: miedo a hablar en público, al “qué dirán” o “qué pensarán” las personas de mí, miedo al rechazo, al abandono de un ser querido, a quedarse solo, etc.
Pero, como acabamos de leer en la Biblia, sabemos que no es la voluntad de Dios que vivamos con miedo. Esto me recuerda la historia de Josafat, rey de Judá, en 2 Crónicas 20. Cuando él se enteró de que varios enemigos venían a pelear contra él, tuvo miedo (20:3) y se dispuso a buscar a Dios. Se sentía sin fuerzas para enfrentar al enemigo y no sabía qué hacer, por eso decidió buscar al Señor y poner sus ojos en Dios (20:12). La respuesta del Señor no se hizo esperar: “No teman, ni se acobarden delante de esta multitud, porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios” (20:15). ¡Oh, qué maravillosa promesa! Las batallas diarias muchas veces nos generan temor y agotamiento. Deseamos escapar de las circunstancias intensas a nuestro alrededor, o escondernos en lugar de enfrentarlas. Pero ahí están las promesas del Señor, recordando que no tenemos que enfrentarlas nosotros mismos: Él está con nosotros.
Y el Señor agregó algo más: “No necesitan pelear esta batalla; tomen sus puestos y estén quietos”. Cuántas veces nos encontramos luchando con nuestras propias fuerzas, tratando de arreglar las cosas a nuestra manera, o tratando que Dios haga lo que nosotros pensamos que es lo mejor. Pongamos nuestra mirada en Él, estemos quietos, que el Señor pelea por nosotros. Recordemos las promesas que Dios nos dio, no en lo que sentimos, o creemos que merecemos. Dios llevó a Josafat a enfrentar su batalla con alabanza. Cuando el ejército comenzó a alabar, Dios trajo confusión: los enemigos se volvieron uno contra otro y se mataron entre sí (20:22,23). Dios les dio la victoria y regresaron como habían salido, alabando al Señor.
Cuando tengamos miedo, y las circunstancias nos paralicen y no sepamos qué hacer, recordemos:
- Buscar a Dios en oración.
- Seguir sus promesas, leyendo la Biblia.
- No pelear las batallas diarias, tengamos fe.
- Quedarnos quietos, descansemos en Él.
Él peleará por nosotros y nos dará la victoria. Él es soberano, está en el trono, nada nos va a pasar que Él no lo permita. El enemigo quiere que nos enfoquemos en nuestros problemas y olvidemos las promesas de Dios. La palabra de Dios tiene que arder en nuestras vidas y nos ayudará a enfrentar desafíos emocionales y espirituales. Y cuando vengan circunstancias inesperadas, estaremos parados en las promesas de Dios. Los problemas ya no nos derrotarán, sino serán oportunidades para ver Su gloria. Aún no tenemos la respuesta, pero Él sí la tiene. Bendigamos este tiempo y permanezcamos quietos bajo Sus alas, Él es nuestro refugio, nuestro lugar seguro. Él nos tiene grabados en sus palmas.
Oración:
Señor, ayúdame a no sentirme víctima de las circunstancias a mi alrededor, aunque no lo pueda ver, sé que estás obrando. Dame la fuerza para afrontar este día con alabanza y recordar que esta batalla no es mía. Pondré mis ojos en ti en cada situación. Gracias por cuidarme, por mantenerme a salvo, por amarme. Amén.