Mi pequeña huerta de tomates

Amo la naturaleza, estar al aire libre y disfrutar del sol. Me encanta apreciar las flores y todos los tonos de verde que puedan aparecer ante mis ojos. Sin embargo, soy la clase de persona que, cualquier planta que toca, se marchita. Me encanta la idea de tener un bello jardín de flores en mi casa, pero el solo hecho de pensar que van a terminar muriendo en mis manos, me desmotiva.

Hace unos meses, comencé a recordar la casita de mi infancia, donde teníamos una pequeña huerta de tomates y yo era la asistente de mi papá a la hora de cuidar nuestra cosecha. Tan lindos recuerdos vinieron a mi mente que decidí comenzar con mi propia huerta en una parte de mi jardín. Planté seis diferentes semillas y solo brotaron tres, pero estaba feliz. Cada día al atardecer, regaba y cuidaba esas semillas con mucho amor y cuidado. Pronto comencé a ver los primeros indicios de que la vida se estaba abriendo paso a través de la tierra. Para que la semilla comience a florecer, tiene que morir, y ahí es cuando comienza a crecer. Cuidar mi pequeña huerta me hizo pensar en el paralelismo que existe entre una planta, sus frutos, la maleza que crece y hay que podar, y nuestra vida espiritual. Me hizo entender mejor cómo Dios obra en nosotras.

Muchas veces, cuando pensamos que estamos dando frutos y nuestra planta se ve hermosa, viene una inminente poda. Un día estaba admirando mi bella planta de tomates, en la cual sus frutos parecían como esferas rojas decorando un árbol de navidad, y noté que parecía que alguien había cortado algunas hojas de la planta. Cuando me acerqué mucho más, pude ver que había grandes orugas verdes camufladas en las ramas. A simple vista, no se podían detectar, pero allí estaban, listas para terminar con mi planta. Logré exterminarlas de la manera más orgánica, sin químicos, y tuve éxito. La planta siguió dando frutos por varios meses y sin insectos a la vista.

Sin embargo, tuve que estar atenta por si había una nueva invasión, regándola, sacando las hojas marchitas, ayudándola a que pueda dar su fruto. De algo tan simple y cotidiano, pude ver reflejada mi vida espiritual. Siempre quiero ser una mujer cultivada en la Palabra de Dios, que crece constantemente sostenida por las promesas de Dios. Con mi mirada puesta solo en Él, y aunque tal vez mis circunstancias no cambien, pero sí lo hace mi corazón y actitud.

Cuando notes la maleza comienza a crecer, arráncala de raíz. Esos pensamientos que vienen a querer cambiar la identidad que tienes en Cristo, sácalos de tu mente. Cuando lo haces, tus creencias sobre tu vida y tus circunstancias comenzarán a cambiar gradualmente y se formarán nuevas raíces. Filtra cada pensamiento que aparezca, no dejes que tomen control de tu mente. Todo lo que escuches y las creencias que tienes deben pasar por el filtro de la verdad de la Palabra de Dios.

La buena noticia del evangelio es que Dios nos encuentra en nuestro quebranto y nos redime, transformando una vida marchita en una vida cultivada en su Palabra. Para vivir de verdad, primero debemos morir a nosotros mismos. Yo sigo muriendo a mí misma cada día, dejando en Su altar, mis inseguridades, mis preocupaciones, mi orgullo. La vida cristiana en plenitud solo es posible cuando morimos a nosotras mismas.

Entrega los pedazos rotos de tu corazón al Señor, él es el único que puede arreglarlo y crear belleza de tu quebranto. Como nos lo recuerda Pablo en Gálatas 2:20: “Mi antiguo yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Así que vivo en este cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

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Liliana Gebel

Liliana Gebel es una reconocida influencer, líder y autora.

Es Asesor en Salud y Nutrición y tiene un Diplomado Plant Based Chef, que la ha ayudado a llevar una vida más saludable. Es también Coach de Vida y ha aplicado...

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