Lunes 9 de octubre, 2023

En el siglo pasado, vivió un médico muy famoso llamado Iván Pavlov, quien en 1904 ganó el Premio Nobel de Medicina por sus experimentos con perros, que cimentaron lo que se conoce como el “reflejo condicionado o pavloviano”. Demostró que podía enseñar a salivar a los perros cuando sonaba una campana. Cada vez que los perros recibían comida, tocaba la campana. Al principio, salivaban ante la presencia del alimento. Con el tiempo, la asociación entre el sonido y la comida era tan fuerte que los perros salivaban, aunque no se les diera comida y solo hicieran sonar la campana. Sin ir más lejos, a nuestra perrita Lady la hemos entrenado mediante una recompensa para que nos avise cada vez que quiere salir para hacer sus necesidades. Cuando olvido dársela, ella comienza a salivar, y eso me recuerda que olvidé su premio. ¿Qué demuestra esto? Que cuando se repite una acción constantemente, se convierte en una respuesta casi automática.

Nuestra vida es una serie de hábitos que repetimos diariamente, y muchos de ellos de manera casi involuntaria, como un acto reflejo. Así como las emociones positivas son parte de ella, las negativas también lo son. El rencor, la ira, el enojo, la tristeza… son respuestas casi inconscientes ante el estrés o ansiedad que enfrentamos. Al igual que los perros del experimento, reaccionamos a un estímulo negativo siempre de la misma manera, repitiendo el mismo patrón.

Sucede que la mayoría de las personas, incluso aquellas que estamos en busca de los caminos de Dios, vamos asimilando las diferentes situaciones y emociones que experimentamos durante nuestra vida. Y el corazón, como una inmensa bolsa, va guardándolo todo: discusiones, ofensas dichas o incluso palabras no dichas, estados de ánimo depresivos, sufrimiento en silencio, injusticias… En fin, tantas situaciones que se acumulan día a día. A veces, pensamos que podemos convivir con ellas y que, de alguna manera casi sobrenatural, esa bolsa de dolores, de broncas, de injusticias y de preguntas sin responder, de repente se vaciará y todo volverá a la normalidad. Pero eso suele ser un error. El corazón no aguanta, pues tarde o temprano, como el vino guardado en una bolsa de cuero, necesita una vía de escape. Si no se le provee adecuadamente, la bolsa se romperá y se formarán grietas por las que, poco a poco, se irá perdiendo el vino, hasta que la presión la haga estallar.

Podemos saber de memoria cada uno de los versículos que hablan de estas emociones tóxicas; sin embargo, por más que los repitamos hasta el cansancio, si esas palabras no hacen eco en nuestro corazón, seguiremos anclados a esa carga emocional tan dañina. El Señor desea sanar todas las heridas que alberga nuestro corazón; solo tenemos que entregárselo. Dediquemos tiempo a estar en Su presencia, ya sea en la habitación, en el auto, en un parque o en cualquier lugar donde podamos estar a solas con Él. Descansaremos sabiendo que aunque las circunstancias no se resuelvan pronto o como esperamos, podemos tener la plena seguridad de que Dios nos cuida, que no estamos solos, que Él sabe lo que estamos pasando y que podremos tener paz, porque lo más importante será tener una relación con Él.

Oración:
Señor, ayúdame a no mirar mis circunstancias, sino más bien a aprender a poner mi mirada en Ti. Aunque todo a mi alrededor parezca desmoronarse, sé que estoy firmemente tomado de Tu mano y que Tú no me soltarás ni me dejarás caer. ¡Eso es maravilloso, es vivir por fe! Viviendo en Tu presencia, con Tu presencia.

Tomado del libro “Busca tu propio ángel”.

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Liliana Gebel

Liliana Gebel es una reconocida influencer, líder y autora.

Es Asesor en Salud y Nutrición y tiene un Diplomado Plant Based Chef, que la ha ayudado a llevar una vida más saludable. Es también Coach de Vida y ha aplicado...

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