Lunes 18 de Agosto, 2025

En el libro de Ezequiel, en los capítulos 40 al 48, el profeta recibe visiones sobre la restauración de Israel. Allí describe un templo y, más específicamente, en el capítulo 47 habla de un río que fluye desde el umbral del templo de Dios, hacia la tierra.

El varón de bronce (47:3) lleva a Ezequiel fuera del templo, y él ve cómo brota el agua. No era un río natural, sino el río de la gloria de Dios. Su crecimiento era paulatino. Ezequiel comienza a adentrarse en el río. Al principio parecía un pequeño arroyo, pero mientras sigue avanzando, el agua va aumentando hasta convertirse en un río tan profundo que ya no puede hacer pie, y solo puede nadar.

En las aguas poco profundas, cuando apenas llegan a los tobillos, podemos caminar con libertad. Aunque estemos en el agua, aún sentimos la tierra firme bajo nuestros pies y podemos volver a la orilla rápidamente si queremos. Sin embargo, a medida que nos metemos más profundo y el agua nos llega a las rodillas, comenzamos a aminorar la marcha. Si la corriente es fuerte, nos costará caminar en línea recta. Cuando el agua llega a la cintura, se hace mucho más difícil avanzar contra la corriente. Seguimos sintiendo el suelo en nuestros pies, pero ya no podemos ver el fondo.

En la visión de Ezequiel, el río continuó creciendo y las aguas llegaron a cubrirlo por completo, como leemos en Ez. 47:5: “…pero la corriente se había convertido ya en un río que yo no podía cruzar. Creció tanto el torrente que solo se podía cruzar a nado”. Ahora él ya no hacía pie, estaba bajo el control total de la corriente.

Cuando estamos en ese punto, si la corriente es demasiado fuerte, ya no podemos luchar contra ella. Intentarlo nos agotará, y corremos el riesgo de ahogarnos. Lo mejor es dejarnos llevar a donde la corriente nos lleve. En el río de Dios podemos sentirnos rodeados, sostenidos, transportados y vivificados. Como dice el versículo 9: “Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua salada en agua dulce; así, donde el río fluya, todo vivirá”.

Este es un río que da vida, pero, al igual que Ezequiel, no podemos cruzarlo. Dios quería que él experimentara la fuerza y la energía de ese río. Cuando nos sumergimos en el río de Dios y sentimos la corriente fluyendo a nuestro alrededor, debemos rendirle todo el control a Él y permitir que tenga dominio absoluto sobre nuestro cuidado, nuestro recorrido y nuestro destino. Muchas veces queremos la presencia de Dios en nuestras vidas, pero solo mientras podamos mantener el control. Pensamos que dejarnos llevar por este río es una señal de debilidad o falta de rumbo. El mundo nos dice que debemos empoderarnos, manejar y controlar nuestras vidas. Pero si queremos que esta corriente viva fluya en nosotros, tenemos que entregarle el control al Señor. Ese río transforma nuestros corazones, nos restaura y nos da vida.

Permitamos que este río nos cubra por completo. No nos conformemos con una vida espiritual superficial; avancemos cada día hacia mayores profundidades en Dios. El río de Ezequiel no se quedaba en el templo, sino que corría hacia afuera. De la misma manera, el Espíritu Santo nos impulsa a llevar bendición dondequiera que vayamos. Dios puede restaurar nuestras vidas si nos dejamos guiar por la corriente de su presencia.

Oración

Señor, gracias porque tu Espíritu es un río de vida que brota desde tu presencia. Te entrego las áreas secas de mi vida y te pido que las llenes con tu agua viva. Ayúdame a no quedarme en la orilla, sino a sumergirme por completo en tu voluntad. Hazme un canal para bendecir a otros. En el nombre de Jesús, amén.

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Liliana Gebel

Liliana Gebel es una reconocida influencer, líder y autora.

Es Asesor en Salud y Nutrición y tiene un Diplomado Plant Based Chef, que la ha ayudado a llevar una vida más saludable. Es también Coach de Vida y ha aplicado...

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