Lunes 12 de Mayo, 2025
Hacía mucho calor; era la hora del mediodía. Jesús, agotado por el viaje, se sentó junto al pozo de Jacob, en la ciudad de Sicar, en Samaria. Estaba solo, ya que sus discípulos habían ido a comprar el almuerzo. En eso, una mujer llegó a sacar agua del pozo. Dicen los comentaristas bíblicos que ese no era el horario habitual para hacerlo; probablemente ella no quería encontrarse con nadie. Tal vez, estaba cansada de los comentarios por lo bajo, o de las miradas de condenación, por la vida que llevaba. Ella había tenido cinco maridos y, con el hombre con quien vivía actualmente, no estaba casada.
Jesús no estaba allí por casualidad. En Juan 4:4 leemos que “…le era necesario pasar por Samaria”. Pudo haber tomado otra ruta, pero eligió estar allí, por ella, una mujer pecadora, y por los samaritanos, un pueblo despreciado por los judíos. Jesús se encuentra con ella y entablan un diálogo profundamente enriquecedor. Sería muy productivo que puedas leer todo el capítulo 4 del evangelio de Juan y tomes nota de cada detalle que te llame la atención. Cada vez que leo la Biblia, aunque conozca la historia de memoria, algo nuevo impacta mi corazón. A eso lo llamo “milagros cotidianos”, es la obra que realiza el Espíritu Santo mientras leemos las Escrituras.
Ella, una mujer marginada, está frente al Rey de reyes. Jesús la encuentra, le ofrece agua viva, perdón y salvación. Ella no puede esconder quién es: Jesús lo sabe, la ve, la escucha. Jesús le revela su identidad y le dice: “Yo soy el Mesías, el que habla contigo” (v. 26). Entonces, ella deja su cántaro y corre a la ciudad a contarles, justamente a quienes evitaba, que ha encontrado al Mesías. Les dijo: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?” (v. 29). Ella se sintió libre. Ya no tenía que ocultarse. Ya no había vergüenza, ni miedo, ni culpa. Se había encontrado con Jesús, y Él la había visto.
Jesús nos ve. Somos valiosos. Ya no necesitamos escondernos por nuestro pasado ni por nuestro presente. Somos libres. No tenemos que demostrar nada a nadie ni fingir lo que no somos para ser aceptados. Somos perdonados, amados y libres. Jesús nos dio su gracia. Solo tenemos que caminar junto a Él. Somos reconocidos y aceptados por Jesús. Ya no tenemos que seguir buscando lo que ya se nos ha dado. El agua viva inunda nuestra alma, nos da identidad al ser llamados sus hijos y sacia nuestro ser para siempre.
Somos reconocidos y amados por Jesús.
Oración:
Gracias, Señor, porque tú siempre me ves, porque me perdonas y renuevas mi vida cada día. Ayúdame a buscarte y a desear solo el agua viva que sacia mi alma. Soy amado y aceptado por ti. Eso es lo más importante para mí, lo demás es añadidura. Tú ya me hiciste libre, ayúdame a vivir de ese modo.
En tu precioso nombre, amén.