Lunes 11 de Agosto, 2025
Antes de la pandemia de 2020, comencé a sentir una intranquilidad espiritual. Yo era una ferviente cristiana, con muchas ocupaciones en mi iglesia: participaba en la música, en la escuela bíblica, brindaba consejería casi todos los días, me desempeñaba como jefa de piso en las grabaciones del ministerio, además de llevar adelante mi hogar y cuidar de mis hijos. A los ojos de los demás, estaba sirviendo plenamente al Señor. Pero el problema era que una tristeza afloraba en mi alma y no sabía por qué. La realidad era que Dios me estaba llamando a tener una relación más profunda con Él, a leer mi Biblia de manera intencional, a enamorarme más de Él.
Cuando comenzó la pandemia y tuvimos que quedarnos en casa, me di cuenta de que era la oportunidad para enfocarme solo en Él. Yo era de las que, al leer un libro cristiano, salteaba los versículos porque me aburrían. Toda mi vida había leído la Biblia y tenía un tiempo de oración una o dos veces por semana. Pensaba que eso era suficiente, ya que estaba tan ocupada en el ministerio. Cuando miraba el “combo” de servicio, oración ocasional y lectura bíblica, me parecía que estaba dedicando varias horas al Señor. Pero había permitido que se apagara ese amor por simplemente estar con Él.
Dios me estaba llamando a sumergirme en las profundidades del río de su presencia, y yo estaba dispuesta a hacerlo. Como leemos en Ezequiel 47:5b: “Creció tanto el torrente que solo se podía cruzar a nado”. Tenía que hacer un cambio en mi vida: bajar el volumen del bullicio, de las redes sociales, de las distracciones, y enfocarme en lo que realmente importa: amar a Dios. Necesitaba llenar mi alma, no con ministerio, sino con su presencia. En el momento en que tomé esa decisión, fue como si escamas cayeran de mis ojos. Entonces me di cuenta de que había vivido gran parte de mi vida para Dios, en lugar de vivir con Dios. Hacía cosas para Él, pero sin pasar tiempo con Él. Mi alma comenzó a anhelar estar con Él.
Ahora ya han pasado cinco años, y no pasa un solo día sin que haga mi devocional y lea la Biblia. No veo la hora de que llegue ese momento para estar con mi amado Señor. Es mi alimento diario, mi agua de vida.
Querido hermano, no importa tanto hacer como ser. Es en ese lugar de intimidad donde descubrimos que Dios es suficiente para nosotros; es allí donde Él sana nuestras heridas de la infancia, los desechos tóxicos que aún dan vueltas en nuestros pensamientos. Dios suple todas nuestras necesidades. Cuando realmente comenzamos a vivir esto, ya no necesitamos que ninguna persona —ya sea cónyuge, hijos, familia, padres, trabajo o ministerio— llene nuestro tanque emocional. Comenzamos a disfrutar de las relaciones y del servicio, ya sea que nos bendigan o nos decepcionen, porque dejamos de depender de nuestro entorno para sentirnos bien.
Cuando nuestra identidad está en Cristo, Él se convierte en lo más importante; somos llenos de su presencia, lo conocemos más y somos verdaderamente libres.
Si tu alma está triste y no sabes por qué, o tal vez sí lo sabes porque alguien te lastimó, aprovecha este desierto para conectarte con tu Señor y ser renovado, saciado y transformado.
“Contra toda esperanza, Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: ‘¡Así de numerosa será tu descendencia!’. Su fe no se debilitó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no dudó como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido”.
(Romanos 4:18-21)
Oración
Señor, ayúdanos a entender que lo más importante no es cuánto podamos hacer para ti, sino nuestra relación contigo. Queremos aprender a ser, y no tanto a hacer. Gracias porque nos atraes hacia ti con lazos de amor, para que podamos tener una vida plena, sabiendo que tú nunca nos dejas. En tu poderoso nombre, amén.