Lunes 24 de Marzo, 2025

Creo que todos, en alguna oportunidad, hemos leído en la Biblia la historia de la mujer que tocó el manto de Jesús, y fue sanada instantáneamente.

Ella había estado enferma durante doce años, con una hemorragia constante que la había llevado al aislamiento y a ser señalada como inmunda. A causa de este padecimiento, ella no podía tocar a nadie, ya que estaría quebrantando la ley de Israel. Ella era considerada inmunda y cualquier persona o cosa que tocara también lo era. Había recurrido a varios médicos y había gastado todo lo que tenía, pero nada le resultó (Marcos 5:26).
Imagino que su identidad estaba destrozada, siendo señalada en la calle y constantemente juzgada. No hay dolor más grande que el del aislamiento. Y ahí estaba ella, viendo que Jesús caminaba por las calles de su vecindario, y pensó que esa era su oportunidad para ser sanada. Mateo 9:21 dice que ella dijo para sí misma: “Si tan solo toco su manto, sanaré”. Tenía un profundo deseo de tocar a Jesús y ser sanada.

Tal vez no lidiamos con una enfermedad física, o quizás sí, pero todos tenemos dudas.
Nos distraemos con las cosas cotidianas de la vida, deseamos lograr cosas, tener más cosas, queremos, queremos y queremos. Gran parte de nuestro sufrimiento es consecuencia de dejarnos llevar por nuestros deseos. Deseamos, obtenemos una satisfacción momentánea, luego hastío, vacío y nuevamente más deseo. Es una espiral descendente sin fin, que siempre está seguida por el próximo “quiero”. Pero el antídoto contra los deseos de la carne, es correr hacia el único que puede ayudarnos a superar cualquier situación, ya sea física, mental o espiritual.

La clave está en el deseo de buscar a Dios y recibir más del Espíritu Santo en nuestras vidas. Cuando todo nos llama a ocuparnos de otras cosas, nuestro deseo debe ser encontrarnos con Jesús. Debemos desear y buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios (Colosenses 3:1). Orar con el deseo de tocar su presencia y conocerlo más profundamente. El deseo puesto en Jesús hace que nuestra alma necesitada aprenda a depender más de Dios, y no de las cosas efímeras de este mundo.

Cuando pasamos tiempo con Él, nuestra alma hambrienta comienza a saciarse; aprendemos a descansar y deleitarnos en Él. Allí, en el piso de la habitación, en el sillón de la sala, en el auto camino al trabajo, en la cocina o en el lavadero, veremos cumplidos nuestros verdaderos deseos. Cuando entregamos más y consumimos menos, nuestra alma encuentra calma. No permitamos que nuestro deseo por Jesús, de tener un encuentro real con Él, se enfríe.
Los milagros ocurren cuando nos despertamos espiritualmente y anhelamos más de Él, a pesar de las circunstancias que nos toca vivir.

Es mentira pensar que vamos a sentirnos mejor si obtenemos cosas materiales o logramos cumplir todos nuestros deseos personales. La verdad es que solo en Jesús nuestra alma encuentra satisfacción plena.

Cuando pasamos tiempo con Jesús experimentamos la verdad, no las mentiras que escuchamos; por ejemplo, que para ser felices necesitamos tal o cual cosa, la aceptación de alguien, un mejor trabajo, más hijos, más amistades, menos amigos, más dinero, un título mejor, y un largo etcétera. Cuando experimentamos la vida de Jesús en nosotros, la verdad nos hace libres. Al vivir detrás de los deseos del mundo, que nunca nos hacen sentir satisfechos ni completos, nos sentimos atrapados en nuestra existencia, sin futuro aparente y esclavizados por nuestros deseos. Pero al entrar en su presencia, Jesús nos libera y somos verdaderamente libres. Necesitamos buscar a Dios, desear estar más en su presencia.

La mujer de nuestra historia tocó el manto de Jesús y fue sanada. Ella deseó acercarse a Él y obtuvo su respuesta. Ya no más desesperación, tristeza, depresión ni aislamiento. Cuando Jesús se dio cuenta de que había salido poder de Él, comenzó a preguntar quién lo había tocado (Marcos 5:30). Ella, temblorosa, se postró delante de Él y le contó lo sucedido (Marcos 5:33), y Jesús le respondió:Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción” (Marcos 5:34). Con una sola palabra, “Hija”, Jesús transformó la identidad de esta mujer. Ahora era hija del Rey.

No te detengas. Sigue adelante, sigue orando, sigue buscando y deseando más del Señor. Él no solo quiere sanar tu cuerpo, sino también tu alma y tu corazón; esas heridas profundas que te han llevado al desierto. Esa cueva de oscuridad, temor y depresión pronto se iluminará con su presencia y saldrás fortalecido. Solo necesitas desear más de Él, tocar su manto, y en medio de tu dolor escucharás a Jesús diciéndote: “Hija, tu fe te ha sanado”.

Si buscas a Jesús, lo tienes todo, porque la verdad está en Cristo. Cuanto más anhelas de Jesús, más saciado estará tu ser y menos dependerás de los demás.

Oración
Señor, deseo más de Ti, de tu presencia. Ya no quiero distraerme ni conformarme con cosas superficiales de esta vida que solo me dejan vacío y sin paz. Ayúdame a elegir pasar más tiempo contigo y recibir la paz que solo Tú puedes darme. Quiero deleitarme en tu presencia y desear las cosas del Espíritu. En tu poderoso nombre, amén.

 

 

 

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Liliana Gebel

Liliana Gebel es una reconocida influencer, líder y autora.

Es Asesor en Salud y Nutrición y tiene un Diplomado Plant Based Chef, que la ha ayudado a llevar una vida más saludable. Es también Coach de Vida y ha aplicado...

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