La fe en Dios, en la cual fui formada desde niña y, fundamentalmente, en mi trabajo pastoral, me enfrentan constantemente a demasiadas personas con corazones enfermos, cargados de sentimientos tóxicos como el odio y la venganza; atados a complejos, aplastados por la vergüenza y con anclas gigantescas que los arrastran hacia la oscuridad. Eso, tristemente, obliga a sus pobres corazones a palpitar lo que no sienten y quizá, lo que es peor, a sentir lo que no deben. Un corazón enfermo juzga a unos y a otros, por lo que tienen, por sus logros, por sus propias frustraciones que intentan proyectar en los demás, y no por lo que son o por su potencial.
Mi propósito siempre ha sido ayudar a sanar corazones, pero es un trabajo mucho más complejo que preparar un plato de comida para la familia en casa, comprar un auto u obtener una maestría. De eso no cabe duda. Por eso y por mucho tiempo, me dediqué a la tarea de reunir toda la información que considerara importante para cumplir con el sueño de ayudar a curar los corazones enfermos y a vivir mejor. Es así que, mientras el tiempo pasaba, más y más me daba cuenta de algo que es tan sorprendente como doloroso: como esté el corazón, de igual forma estará el resto del cuerpo de cada persona. En Proverbios 4:23, no en vano, se dice: “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él emana la vida”. De hecho, en la Biblia leemos muchas veces que Dios nos advierte que debemos cuidar nuestro corazón, pero no tomamos muy en cuenta este consejo.
Recuerdo que hace muchos años, cuando aún vivía en Buenos Aires, Argentina, todos los ambientes de nuestra pequeña casa se plagaron de un olor asqueroso, nauseabundo. Con mi esposo pasé días y días buscando dónde estaba el origen de ese olor tan desagradable, hasta dar con la respuesta. Nos dimos cuenta de que no era de las tuberías, sino del depósito principal. Solucionar el problema no fue sencillo, porque había que realizar una limpieza profunda y radical. Pero una vez que se limpió completamente ese depósito ¡todas las cañerías funcionaron y olieron perfectamente bien!
Pues te cuento que también así funciona nuestro corazón. Bombea sangre, se esfuerza, trabaja a toda máquina día y noche, desde el momento en que empezamos a formarnos en el vientre de nuestra madre y hasta nuestro último aliento. Pero también a lo largo de nuestra vida experimenta situaciones que lo contaminan, que lo dañan, lo entristecen, lo estresan, saturan sus conductos… repercutiendo en el resto de nuestro ser, y por eso debe ser cuidado y sanado.