Lunes 26 de Agosto, 2024
La Biblia nos recuerda constantemente que nuestra identidad está en Cristo. Como dice Colosenses 1:27: Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. Jesús se hizo humano para que pudiéramos ser uno con él. Cuando buscamos la santidad, no estamos buscando un parámetro moral de buena conducta; estamos buscando a Cristo. Se trata de vivir en Cristo teniendo una relación real con él.
Cuando entendemos quiénes somos en Cristo, comprendemos que Dios no nos pide alcanzar lo que no somos. Es decir, vivir en santidad no se trata de hacer un esfuerzo inhumano para ser como Jesús. Más bien, se trata de nuestra lucha para vivir la vida que cobra vida en Cristo. Pertenecemos a Dios, Él entregó a su hijo para que nosotros tuviéramos la oportunidad de tener vida eterna. Somos de la realeza, y nos toca vivir acorde a esa identidad que nos fue dada en la cruz del calvario. Tu identidad no es ser una persona divorciada, separada, abandonada, sin techo, ilegal, ex convicto, etc.
No solo tenemos nuestra identidad en él, sino que Romanos 6 nos muestra la irrefutable verdad sobre nuestra vida cristiana, ya que fuimos:
- Bautizados en Cristo (v. 3)
- Crucificados con Cristo (v. 6)
- Muertos con Cristo (v. 8)
- Enterrados con Cristo (v. 4)
- Levantados con Cristo (v. 4 y 5)
No eres la divorciada, el divorciado; la madre soltera, el padre soltero; esa no es tu esencia, eres hija/o del Rey de Reyes. Cuando entendemos quiénes somos realmente en Cristo, comenzamos a actuar de una manera diferente. En el Antiguo Testamento, cada vez que un rey bueno subía al trono en Israel, trataba de eliminar los ídolos y las falsas enseñanzas del pueblo. Pero a pesar de hacer lo bueno ante los ojos de Dios, no quitaban los lugares altos, donde se practicaban sacrificios no permitidos por Dios. Estos lugares altos estaban muy arraigados en Israel.
¿Qué lugares altos tenemos en nuestra vida que sabemos que no agradan a Dios, pero pensamos que no será posible erradicarlos de nuestras vidas? No parecen tan malos, no lo consideramos un pecado tan grave, ni creemos que sea idolatría, pero ahí están: celos, envidia, malos pensamientos. Nuestra unión con Cristo es irrevocable; nada nos puede separar de su amor. Nada puede alterar nuestra comunión con Cristo, pero nuestra comunión sí se puede ver afectada. Por eso, cuando nos equivocamos, el enemigo intenta alejarnos de Dios, haciéndonos creer que estamos solos. ¡La unión con Cristo es inalterable!
Tenemos a la Trinidad a nuestra disposición:
- El Padre nos da su amor incondicional.
- El Hijo, la gracia inmerecida.
- El Espíritu Santo nos consuela.
La oración nos acerca hacia nuestro Señor, para tener una comunión con Él. La oración puede ser difícil y al principio necesitamos disciplinarnos, pero cuando la veamos como un medio de comunión con Dios, la sentiremos como un deleite.
Recuerda, lo más importante en la santificación es hacia dónde vamos, no dónde estamos ahora. Cuando hay arrepentimiento hay santidad, ya que el arrepentimiento nos ayuda a reconocer lo que hicimos mal, que ofendimos a Dios, y así entregar todo al Señor. Como dijo el salmista: Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu misericordia, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado (Salmo 51:1-2 NVI). Dios nos ve santos, intentemos ser santos con la ayuda de Cristo.
Esto me recuerda a una frase que leí de Thomas Brooks: “El arrepentimiento es el vómito del alma”.
Oración
Señor, ayúdame a seguir tus pasos, con la certeza de que soy santo y me tienes en tus manos. Perdóname por las veces que me equivoqué y no me arrepentí. Gracias porque tu gracia me alcanza, y puedo dejar todo atrás y correr a tus brazos. En tu nombre, amén.