Lunes 17 de Junio, 2024

Hoy en día se habla mucho sobre el bienestar emocional y el cuidado de nuestra mente. Sin embargo, en el ámbito cristiano, creo que hemos descuidado este punto. Cuando alguien en la iglesia se siente deprimido, triste o con alguna emoción a flor de piel, la solución, suele ser orar hasta que la persona se sienta feliz. No estamos preparados para lidiar con las emociones de los demás, y mucho menos con las nuestras. Durante generaciones, hemos pensado que las emociones debían ocultarse y reprimirse, ya que al categorizarlas como buenas o malas; cuando sentíamos tristeza, no queríamos que nadie se enterara por temor a ser considerados como personas que no tienen fe, no confían en Dios o no han aprendido a depender de Él.

Las emociones no están hechas para ser arregladas, sino para ser sentidas; intentan decirnos algo. Si nos sentimos tristes, lo peor que podemos hacer para nuestro bienestar físico, mental y emocional es reprimir o evadir esa emoción. Si la tristeza está presente, debemos indagar y presentar ese sentimiento al Señor. Él nos creó así, tal cual somos, con emociones. Jesús también las expresó. Cuando su amigo Lázaro murió, Jesús lloró y no se avergonzó de sus lágrimas. Algunos dicen que no lloraba por su amigo, sino por la incredulidad de los presentes. Pero, cualquiera sea el caso, Él expresó sus emociones. Cuando Jesús vio el comercio que se había montado en el atrio del templo, se airó y se enojó muchísimo, pero no pecó. Y así hay muchos ejemplos más de los sentimientos de Jesús. Si te interesa el tema, puedes leer los Evangelios y marcar con un resaltador todas las partes donde Jesús mostró emociones.

Entonces, las emociones están para sentirlas; no hay nada de malo en ellas. El punto es no pecar. Si estamos enojados, no culpemos a la situación o a los demás. En lugar de eso, vayamos a la presencia del Señor y digámosle: “Señor, me siento muy enojado”.
Tal vez descubramos que la emoción principal no es el enojo, sino que estamos frustrados o tenemos miedo. Generalmente, detrás de una emoción se esconde la verdadera razón, y eso se descubre mirando en nuestro interior y pidiéndole al Señor que lo escudriñe, tal como decía David en el Salmo 139:23: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos”.

No se trata de controlar las emociones, sino de poder expresarlas de manera saludable. Las emociones son una herramienta maravillosa para conectarnos más con el Señor.
Si nos sentimos tristes, no hay nada mejor que ir a Su presencia y, junto con Él, ver qué se esconde detrás de la tristeza. Fuimos creados para sentir, y las emociones nos ayudarán a conectarnos principalmente con Dios y con los demás.

En el Sermón del Monte, Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Entonces, si lloramos, Jesús acude a nosotros, nos envuelve en Sus brazos amorosos y seca nuestras lágrimas. ¡Qué promesa tan grandiosa!

Pero, ¿cómo hacemos para indagar en nuestro interior? Podemos comenzar haciéndonos algunas preguntas que nos ayudarán a mirarnos internamente, prestar atención a nuestras emociones y gestionarlas con el Señor de una manera saludable:

  • ¿Cómo me siento?
  • ¿En qué parte de mi cuerpo tengo esta sensación?
  • Esta emoción, ¿la he experimentado en el pasado?


Y dejemos que los recuerdos comiencen a fluir. Es el momento de ir a Su presencia y dejar que Dios obre.

Pero si sientes que te cuesta desenmarañar el enredo de emociones reprimidas, traumas o creencias limitantes que te impiden sentirte libre y expresar tus emociones de manera saludable, puedes hablar con un consejero o terapeuta. Ellos te ayudarán a clarificar tus emociones.

A menudo, estamos tranquilos, mirando la nada, y de repente sentimos una sensación en el pecho o en el estómago y no sabemos por qué. Una emoción se ha desencadenado. Es momento de indagar y hacernos las preguntas que mencioné anteriormente, y así, poco a poco, llegar a la raíz de la situación. Los recuerdos se guardan en nuestra memoria a través de las emociones. Tal vez no estamos pensando en nada concreto, pero algo genera un recuerdo casi sin que lo notemos, y eso desencadena una emoción, que incluso puede llevar a la ansiedad o un ataque de pánico. Muchos de nosotros no hemos aprendido a identificar nuestras emociones y pensamos que sentir tristeza o enojo es un pecado.

Recuerda, las emociones no son un síntoma de pecado, ni una señal de falta de fe. Nuestras emociones están ahí para hacer crecer nuestra fe y llevarnos a una relación más íntima con el Creador de las emociones. A veces, desperdiciamos nuestro tiempo analizando nuestras emociones desde el juicio, en lugar de simplemente sentirlas. Hay mucha tela que cortar con respecto a las emociones, pero creo que dimos un pantallazo con conceptos básicos para ayudarnos en momentos difíciles.

Es hora de hacernos las preguntas correctas, permitir que el Espíritu Santo comience a obrar en nuestro interior y nos ayude a expresar nuestras emociones de manera saludable, sin herir a nadie y sin resentimientos.

Oración
Gracias, Señor, por crearme con emociones y darme la libertad de expresarlas. Ellas son el termómetro para ver cómo está mi interior. Gracias, Señor, porque no tengo que pasar por situaciones difíciles solo, puedo contar con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Cada vez que una emoción se active en mí, es una oportunidad para ir a Tu presencia y dejarme amar por Ti. Pon las personas correctas en mi camino para que me ayuden a hablar sobre mis emociones.

En Tu nombre, amén.

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Liliana Gebel

Liliana Gebel es una reconocida influencer, líder y autora.

Es Asesor en Salud y Nutrición y tiene un Diplomado Plant Based Chef, que la ha ayudado a llevar una vida más saludable. Es también Coach de Vida y ha aplicado...

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