Lunes 03 de Junio, 2024
Hace algunos años, tuve la oportunidad de hablar con una maravillosa mujer, que había pasado por un momento muy duro en su vida. Le pregunté cómo había podido perdonar a esa persona que la había lastimado, y ella, con una mirada muy convincente, me dijo que lo que la había ayudado, era pensar en el perdón como una cebolla.
Me sorprendió ese ejemplo y le pedí que me contara más. Estas fueron sus palabras: “Yo pensaba que cuando uno logra perdonar, es definitivo, que ya no recuerda lo sucedido y todo está perdonado y olvidado. Cuando tuve que pasar por esa situación tan difícil, me dije a mí misma que seguramente no había podido perdonar, dado que ese sentimiento devastador seguía allí. Pero mi terapeuta me puso el ejemplo de la cebolla y eso cambió mi vida”.
Ella siguió contándome que el perdón, al igual que la cebolla, tiene varias capas. Cuando perdonamos, sacamos la primera capa, tal vez es un poco superficial; queremos perdonar, pero aún seguimos recordando la ofensa. Mientras vamos descartando las demás capas, ese ácido que desprende la cebolla nos hace llorar; lo mismo pasa a medida que comenzamos a perdonar. Pero cuando llegamos a lo más profundo del perdón, nos damos cuenta de que hemos permitido que Dios obre en nuestras emociones, y podemos llegar al nivel más profundo del perdón, como dice la Biblia en Colosenses 3:13, el poder perdonar a los demás, así como el Señor nos perdona.
La escritora Lysa Terkeurst, en su libro “Perdonar lo que no puedes olvidar”, señala que: “La falta de perdón nunca ha sanado a nadie, nunca ha mejorado el dolor de nadie y nunca ha enmendado un corazón quebrantado”. No podemos evitar el dolor, pero el sufrimiento es opcional, es decir, podemos dejar ir ese dolor o seguir manteniéndolo en nuestro corazón y en tu mente; es tu decisión. No podemos cambiar las circunstancias que nos rodean, pero sí podemos cambiar la perspectiva de lo que nos ha pasado y decidir perdonar y olvidar.
Cuando apartamos nuestros ojos del Señor y nos enfocamos en nuestras heridas o en la persona que nos ofendió, ésta no se cura, sino que comienza a supurar. Pongamos nuestra mirada en Jesús, aunque el dolor sea grande. Los momentos difíciles son los que nos despojan del yo y nos hacen ver lo que realmente es importante. Aprovechemos ese tiempo de dolor para permitir que el Señor cubra nuestras heridas con su precioso amor.
Querida hermana/o, estamos en buenas manos. No te angusties, no te desesperes, el Señor está obrando.
Oración
“Señor, en este día te pido fortaleza para cambiar mi perspectiva, ayúdame a enfocarme en Ti, no en mis heridas, ni en mi dolor. Quisiera ahondar en cada capa para llegar a lo profundo y permitir que tu sanidad alcance cada rincón de mi ser con tu precioso amor. Amén.”